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martes, 1 de noviembre de 2016

¿Tiene que ver el perdón con la salud?

¿Por qué el perdón sana?. Sí el perdón tiene un valor terapéutico.
Escena del encuentro del Hijo Pródigo. Cuadro de Rembrandt
La misericordia cura. Es decir, el perdón tiene un valor terapéutico. No hay una gratificante y total sanación, si no hay perdón. El perdón produce un proceso de sanación mental y psicológica que lleva a una situación y vivencia de salud. No hay que tener miedo a perdonar.

Como bien recuerda el cineasta Juan Manuel Cotelo, que trabaja en una película testimonial sobre el perdón, esta palabra viene del griego: “hiper-don”: el mayor regalo. Por eso llama a la película en la que está trabajando: El mayor regalo.

El perdón es la condición clave para curar heridas y vivir en salud. No en vano se pide ese perdón con el rezo del Padrenuestro. Si no se perdona, la alegría no llega a nuestro corazón, hay como una penumbra que oscurece nuestra labor cotidiana. El alma -sin el perdón- está enferma, triste y llega a redundar en algún tipo de enfermedad.

El perdón, el saber perdonar, la disponibilidad a perdonar tiene mucho que ver con la actitud de humildad. La soberbia, que manchará nuestra existencia, no perdona. Hay que saber salir de nuestro egoísmo, de nuestro “ego” y abrir nuestro corazón al perdón.  Y en el perdón no hay cálculos, no hay planes. Debe ser espontáneo, libre, como los niños.Donde hay misericordia, donde hay perdón,  hay rechazo del egoísmo, de la afirmación de uno mismo, y se produce una barrera contra la propagación de la intolerancia, de la violencia, creando un mecanismo de reconciliación.
El tiempo no cura las heridas, si no hay perdón. Todo ser puedo desarrollar este valor del perdón; no hay excepción, por trágica/s situación/es que haya pasado y vivido. Todo ser puede ser perdonado y puede conceder perdón.


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No se puede dar la paz sin humildad. Donde hay soberbia, siempre hay guerra. Sin humildad no hay paz y sin paz no hay unidad. Y la paz lleva a la justicia y ésta al perdón. Hemos olvidado la capacidad de hablar con ternura; nuestro hablar -muchas veces- es gritar o hablar mal de los otros…es un hablar sin dulzura. Y la dulzura, en cambio, es la capacidad de soportarse los unos a los otros. Es necesario tener paciencia, soportar los defectos de los otros y las cosas que no nos gustan.
Jamás se puede predicar el odio en nombre de Dios. Que triste cuando se recuerda que algunas de las grandes atrocidades de la historia se han hecho invocando el nombre de Dios. ¡Nunca más!.
Es un insulto a Dios, es una blasfemia pensar que se tiene derecho a discriminar, insultar, injuriar, calumniar, torturar y hasta matar.  Es preciso resaltar que el Dios de las religiones es un Dios compasivo y misericordioso. Allí donde hay misericordia termina la crueldad, termina el mal y la violencia.
Desgraciadamente, el fanatismo y el fundamentalismo se ha dado -durante la historia- en todas las religiones. Es ya momento de superar esos fanatismos.
La ley máxima (la regla de oro) de las religiones, es: “No hagas a tu prójimo lo que no quieras para tí. Es la regla central de la Torá: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev. 19,18b). Es la "regla de oro" de todas las religiones.

El perdón es la base de cualquier proyecto de sociedad futura más justa y solidaria.

¡Fijarse en las manos!

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