La “rapidación” es el nuevo fenómeno que de forma engañosa vende bienestar y la calidad de vida. Esta tendencia cultural y nociva consiste en dar a nuestros quehaceres cotidianos un ritmo desorbitado. Y decimos “el tiempo es oro”; de ahí que hay que hacerlo todo rápidamente.
Incluso para rezar. Decimos que rezamos, cuando en realidad lo que hacemos es balbucear algo, mientras la mente está en otros temas. Pero Dios no “entra” en estas prisas. Por eso hay que reivindicar la pausa, el parar; porque hay que parar porque si no te puedes equivocar de camino.
En el capitalismo se comprende y vive muy bien la “rapidación”. Porque hoy prevalece la hiperconectividad, se tiende a eliminar la noción de distancia física y temporal, de manera que todo parece ser simultáneo. Estamos en la aceleración de la vida y del trabajo, es decir, en lo que se conoce como rapidación; término utilizado por el Papa Francisco en su encíclica Laudato si’ para criticar la celeridad de los cambios que deterioran al mundo y a la vida humana en general
El término rapidación aparece, de manera explícita, en la LS, en el n:18
“ A la continua aceleración de los cambios de la humanidad y del planeta se une hoy la intensificación de ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos llaman «rapidación». Si bien el cambio es parte de la dinámica de los sistemas complejos, la velocidad que las acciones humanas le imponen hoy contrasta con la natural lentitud de la evolución biológica. A esto se suma el problema de que los objetivos de ese cambio veloz y constante no necesariamente se orientan al bien común y a un desarrollo humano, sostenible e integral. El cambio es algo deseable, pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad.”. (LS n:18).
Y en el n: 225, dice:
Por otro lado, ninguna persona puede madurar en una feliz sobriedad si no está en paz consigo mismo. Parte de una adecuada comprensión de la espiritualidad consiste en ampliar lo que entendemos por paz, que es mucho más que la ausencia de guerra. La paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida. La naturaleza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción permanente y ansiosa, o del culto a la apariencia? Muchas personas experimentan un profundo desequilibrio que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad para sentirse ocupadas, en una prisa constante que a su vez las lleva a atropellar todo lo que tienen a su alrededor. Esto tiene un impacto en el modo como se trata al ambiente. Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia «no debe ser fabricada sino descubierta, develada» (LS n:225)
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