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miércoles, 30 de noviembre de 2016

¿Qué es la rapidación?


La “rapidación” es el nuevo fenómeno que de forma engañosa vende bienestar y la calidad de vida. Esta tendencia cultural y nociva consiste en dar a nuestros quehaceres cotidianos un ritmo desorbitado. Y decimos “el tiempo es oro”; de ahí que hay que hacerlo todo rápidamente.
Incluso para rezar.  Decimos que rezamos, cuando en realidad lo que hacemos es balbucear algo, mientras la mente está en otros temas. Pero Dios no “entra” en estas prisas. Por eso hay que reivindicar la pausa, el parar; porque hay que parar porque si no te puedes equivocar de camino.  


En el capitalismo se comprende y vive muy bien la “rapidación”. Porque hoy prevalece la  hiperconectividad, se tiende a eliminar la noción de distancia física y temporal, de manera que todo parece ser simultáneo. Estamos en la aceleración de la vida y del trabajo, es decir,  en lo que se conoce como rapidación;  término utilizado por el Papa Francisco en su encíclica Laudato si’ para criticar la celeridad de los cambios que deterioran al mundo y a la vida humana en general



 El término rapidación  aparece, de manera explícita, en la LS, en el n:18
“ A la continua aceleración de los cambios de la humanidad y del planeta se une hoy la intensificación de ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos llaman «rapidación». Si bien el cambio es parte de la dinámica de los sistemas complejos, la velocidad que las acciones humanas le imponen hoy contrasta con la natural lentitud de la evolución biológica. A esto se suma el problema de que los objetivos de ese cambio veloz y constante no necesariamente se orientan al bien común y a un desarrollo humano, sostenible e integral. El cambio es algo deseable, pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad.”. (LS n:18).

Y en el n: 225, dice:
Por otro lado, ninguna persona puede madurar en una feliz sobriedad si no está en paz consigo mismo. Parte de una adecuada comprensión de la espiritualidad consiste en ampliar lo que entendemos por paz, que es mucho más que la ausencia de guerra. La paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida. La naturaleza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción permanente y ansiosa, o del culto a la apariencia? Muchas personas experimentan un profundo desequilibrio que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad para sentirse ocupadas, en una prisa constante que a su vez las lleva a atropellar todo lo que tienen a su alrededor. Esto tiene un impacto en el modo como se trata al ambiente. Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia «no debe ser fabricada sino descubierta, develada» (LS n:225)

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Esta rapidación, con la hiper-conectividad, ha devenido en una sociedad de control que actúa de manera muy sutil, porque pretende hacernos creer que eso eso bueno, que eso nos hace más felices y mejores y lo que realiza, en suma, es enseñarnos a ser esclavos.
Tendríamos que modificar nuestra noción de progreso. Progreso no siempre es crecimiento económico. El crecimiento no necesariamente implica  progreso. 
Quizá, dicen Nicholas Goergescu-Roegen, y Serge Latouche, sea el momento de decrecer. El Papa Francisco cita explícitamente al decrecimiento en la encíclica “Laudato si”. Nuestra manera de producir, distribuir y consumir no sólo ha puesto en riesgo a las personas más vulnerables, sino al planeta mismo. 
La radiación tan presente en la sociedad actual nos ha llevado a olvidarnos de la convivencia familiar, del reposo, de escuchar a nuestros seres queridos, sin la prisa del tiempo, etc. Nos interpela un consumismo. No tenemos tiempo para lo demás. 
Se apodera de nuestras emociones y nos “vende” una libertad que no es tal.


En un reciente encuentro (noviembre 2016) con los jesuitas en la Congregación General surgió, en una pregunta, el tema de la tecnología y sus consecuencias: Velocidad, tensión… ¿Cómo lograr tener profundidad? La pregunta al Papa fue:

La digitalización es el rasgo típico de esta época moderna. Crea velocidad, tensión, crisis. Cuál es su impacto en la sociedad de hoy? Como hacer para tener velocidad y profundidad?

La respuesta del Papa fue:Los holandeses, hace treinta años o más, inventaron una palabra: «rapidación». Es decir, la progresión geométrica en términos de velocidad; y es esta «rapidación» la que transforma el mundo digital en una posible amenaza. No hablo aquí de sus aspectos positivos porque los conocemos todos. Destaco, también el problema de la liquidez, que puede anular lo concreto. 

Se cuenta de un obispo europeo que fue a ver a un amigo empresario. 
Este le mostró cómo en diez minutos hacía una operación que daba cierta ganancia. Desde los Ángeles vendió ganado a Hong Kong y en pocos minutos tuvo una ganancia que le fue inmediatamente acreditada. La liquidez de la economía, la liquidez del trabajo: todos esto provoca desocupación. Y el mundo líquido. Se siente un reclamo, un grito de «volver», aunque no me gusta la palabra porque es medio nostálgica. Volver es el título de un tango argentino! Existe el deseo de recuperar la dimensión concreta del trabajo. En Italia el 40% de los jóvenes de 25 años para abajo, están desocupados; en España el 50%; en Croacia el 47%. Es una señal de alarma que muestra esta liquidez que crea desocupación. .

Es verdad que la vida tiene cosas fantásticas, tiene momentos espectaculares. Pero también hay cosas trágicas.  A medida que te haces mayor pinta más el drama que la comedia.

Hay que buscar y reivindicar esa pausa. El darse cuenta que en la vida lo más importante
tiene que ser lo más importante.

No es lo mismo hacer cosas que hacer cosas importantes.

Aprender a ser agradecido.Hay que pararse a valorar las cosas.
Ponerse ilusiones. Los seres humanos funcionamos con ilusiones. Cuando alguien no tiene ilusiones, está muerto. Y si uno no tiene ilusiones, tiene que buscar esas ilusiones. El entorno no nos las va a poner. Somos nosotros los que tenemos que ponernos esas ilusiones.

Las cosas mejores en esta vida son gratis…No se trata de cosas extraordinarias, se trata de disfrutar de las pequeñas cosas ordinarias. Cuando uno está desanimado, uno pierde lo mejor que tiene: la manera de ser.
En la vida las cosas son como son. No como nos gustaría que fueran. Nunca podremos hacer nada para cambiar las circunstancias. Pero siempre, siempre podemos elegir nuestra actitud. Esta es la última libertad que tenemos los seres humanos.
Es verdad que las circunstancias influyen y el entorno condiciona, pero siempre hay ese pequeño espacio donde nosotros decidimos nuestra actitud.  

 “Que nadie llegue jamás a ti sin que al irse se sienta un poco mejor y más feliz”, de la Madre Teresa de Calcuta.  

La única vida que tiene sentido es una vida con sentido.

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