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viernes, 28 de octubre de 2016

¿Por qué existe el mal en el mundo?


Estos días que han concedido el Premio Nobel de literatura a Bob Dylan, quiero recordar a otro premio Nobel, el llamado rostro de la memoria del Holocausto, que falleció en Nueva York: Elie Wiesel.
Elie Wiesel, nace en Rumanía el 30 de setiembre de 1928. Muere el 2 de julio de 2016 en Nueva York. Durante la segunda guerra mundial fue internado junto con sus familiares en el campo de concentración de Birkenau y luego trasladado a Auschwitz y Buchenwald.
Conoció el horror absoluto cuando sólo tenía 15 años y fue capaz de reconstruir su vida. Fue el único sobreviviente de su familia a ese horror del exterminio nazi. Fue Presidente de la comisión del Holocausto y desarrolló una gran labor en favor de los derechos humanos.
Le conceden el premio Nobel de la paz en 1986. Sus obras, entre las que destaca su trilogía sobre la experiencia en los campos de concentración: “La noche“, “El alba” y “El día” (1956-1961.
En todas mis novelas, decía Wiesel, siempre hay un loco, y mis locos no son cínicos, son locos místicos. Quiero decir que a pesar de todo siguen soñando con un futuro mejor, confían todavía en el hombre”. En un pasaje de su discurso de aceptación del Nobel, Wiesel afirma: “Lo recuerdo: sucedió ayer, o hace una eternidad. Un joven chico judío descubrió el Reino de la Noche. Recuerdo su desconcierto, recuerdo su angustia. Todo sucedió tan deprisa. El gueto. La deportación. El vagón de ganado sellado. El altar ardiente donde la historia del nuestra gente y el futuro de la humanidad habrían de ser sacrificados. Recuerdo que preguntó a su padre: ‘¿Puede ser esto verdad? Esto es el siglo XX, no la Edad Media. ¿Quién puede permitir que se cometan crímenes así? ¿Cómo puede el mundo permanecer en silencio?…”
Un día, cuenta que, regresando del trabajo al campo de Auschwitz, encontraron en el patio a tres compañeros encadenados que iban a ser colgados. Uno de ellos, era un niño.
Momentos antes de ser ahorcados, los dos adultos gritaron “viva la libertad”. El niño, en cambio, permaneció callado. Y, en ese momento, alguien que estaba detrás de E. Wiesel preguntó: “¿Dónde está el buen Dios?”, ¿dónde está?”.
Comenzó el final de los dos adultos y del niño. Posteriormente, los prisioneros eran obligados a pasar delante de sus compañeros ya ejecutados. La sensación de angustia y dolor era indescriptible, al pasar delante de sus tres compañeros. Dice que cuando le tocó pasar a él, los dos adultos ya habían expirado. En cambio, el niño, seguía agitándose. Aún vivía. Y así estuvo luchando entre la vida y la muerte, lentamente asfixiado, a causa de su escaso peso. En ese momento E. Wiesel volvió a escuchar, detrás de sí, la misma pregunta: “¿Dónde está Dios?”. Sentí, recuerda, una voz que, saliendo de mí, respondía: “¿Dónde está? Ahí está, está colgado ahí, de esa horca…“.
Preguntas sin respuesta; ver video 
Elie Wiesel era creyente. Había sido educado según las tradiciones judías del Talmud. No renegaba de Dios; pero si protestaba contra su silencio y ausencia. Y lo hacía como experimentó Job. (Job es un breve libro bíblico del Antiguo Testamento)
Job también rompió su silencio y maldijo el día de su nacimiento. Ojalá aquella noche se hubiera perdido en las tinieblas y aquel día no se hubiera contado entre los días del mes y del año!. ¡Ojalá hubiera sido una noche estéril, en que faltaran los gritos de alegría!. ¿Por qué deja Dios ver la luz al que sufre?. ¿Por qué da vida al que está lleno de amargura, al que espera la muerte y no le llega, aunque la busque más que a un tesoro escondido?
Wiesel conocía la respuesta de Dios cuando el Señor habló a Job en medio de la tempestad. ¿Quién eres tú para dudar de mi providencia y mostrar con tus palabras tu ignorancia. Muéstrame ahora tu valentía, y respóndeme a estas preguntas:  ¿Dónde estabas cuando yo afirmé la tierra?. ¡Dímelo, si de veras sabes tanto!.  ¿Sabes quién decidió cuánto habría de medir y quién fue el arquitecto que la hizo?. ¿Alguna vez en tu vida has ordenado que salga la aurora y amanezca el día?. ¿O que la luz se difunda por la tierra y los malvados vayan a esconderse?. Tú, que querías entablar juicio conmigo, con el Todopoderoso, ¿insistes todavía en responder?
Y Job dice: ¿Qué puedo responder yo, que soy tan poca cosa?. Prefiero guardar silencio. Ya he hablado una y otra vez y no tengo nada que añadir. Y Dios interpela nuevamente a Job.  Volvió el Señor a hablar a Job de en medio de la tempestad. Muéstrame ahora tu valentía y respóndeme a estas preguntas: ¿Pretendes declararme injusto y culpable para que tú aparezcas inocente?
Y Job, respondió: Yo sé que tú lo puedes todo y no hay nada que no puedas realizar. ¿Quién soy yo para dudar de tu providencia, mostrando así mi ignorancia?. Yo estaba hablando de cosas que no entiendo, cosas tan maravillosas que no las puedo comprender.

1 comentario:

  1. Cuando vemos catástrofes, guerras, sufrimiento en niña y ancianos, nos preguntamos angustiados:
    «Dios, ¿dónde estás? ¿Por qué no usas tu poder?.¿Por qué no intervienes, si puedes hacerlo?. ¿Dónde está tu piedad?.

    Ya dice el libro de Job: Ӄl es demasiado grande para que lo podamos conocer" (Job 36,26).

    También Jesús de Nazaret exclamó: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15,34). 
    Llamada dirigida a Dios que parece lejano, que no responde y que parece haberlo abandonado”.
    El Salmista no puede creer que el vínculo con el Señor se haya roto totalmente y, mientras pide un por qué del presunto abandono incomprensible, afirma que ‘su’ Dios no puede abandonarlo.
    Jesús al final gritó: “…Jesús, gritando con fuerza, dijo: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!. Dicho esto, murió…”(Lc.23,46).

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