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miércoles, 12 de octubre de 2016

La religión, ¿opio del pueblo?

     Se acercaban a Jesús los publicanos y pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: “ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra?. Y cuando la encuentra la carga sobre sus hombros, muy contento y al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ¡felicitadme!, he encontrado a la oveja que se me había perdido”. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
¿ Quiénes se acercan a Jesús?. Los considerados socialmente como malos y pecadores son los que se acercaban a Jesús para escucharlo; en un segundo momento, los considerados gente de orden, religiosa y cumplidora lo criticaban, y Jesús también a ellos (Ver Mateo 23,13-32).
La religión opio es la que usa es la que introduce en su esencia el poder, el dominio y la manipulación del pueblo, estableciendo mandatos, normas y leyes, mucho más tendentes a mantener un sistema y un orden establecido que a conseguir la liberación, los derechos y la dignidad de las personas.
Es la religión del neoliberalismo capitalista. Es la religión del mercado, del dinero y del poder, de la explotación de los países pobres por los ricos, de los fuertes contra los débiles. Es la religión que produce más muertos por hambre que todas las guerras. Es la religión que tiene su dios en el dinero.
La religión del neoliberalismo, que explota al hombre y a la tierra cada vez más, y pone en peligro el futuro de la humanidad; y para que estemos distraídos, evadidos y despreocupados nos ofrece opio y más opio, el opio actual del pueblo que es el fútbol, todos los días, a casi todos horas, de día y de noche, por todos los medios; también es la que también construye enormes santuarios para muchos miles de personas, enfervorizadas o enfurecidas en todos los campos de fútbol del mundo, y adora a sus santos, los futbolistas, que mima y cuida primorosamente pagándoles millones. Los medios dedican muchísimo más tiempo a esa religión que a los avances de la ciencia en el campo de la medicina, por ejemplo. Estamos, por tanto, ante una nueva forma de religión de nuestro tiempo. Tengo que confesar que me gusta ver un partido (uno) de futbol donde juegue Messi o Ronaldo o Neymar. ¡Me gusta el futbol!. Creo que es compatible con la crítica manifestada.
Nos anima la esperanza de que cada día hay más personas que luchan por abandonar unas religiones tan alienadoras, contrarias al hombre y a Dios, y por retornar a la fidelidad al Evangelio de Jesucristo.
Cristo de Llanuces (Quirós, Asturias).





2 comentarios:

  1. ¿El fútbol es el opio del pueblo?
    El opio es una droga. La droga que saca de la realidad.
    Antes lo decían de la religión… ¿El futbol en sustitución del “pan y circo” del Imperio Romano?
    Durante el régimen de Franco, el 1 de mayo, se festejaba en el Bernabéu una manifestación de danza y de deporte. Era todo un espectáculo que veía millones de personas.
    Pero pensemos que el futbol no es todo. El futbol es un deporte. El que lo practica hace deporte; el que lo contempla disfruta con los goles y el buen futbol.
    No hay que obsesionarse.
    Y hay que ser críticos con ese “mercado millonario” escandaloso que rodea hoy día muchos deportes (entre otros, si pensamos en Europa, el futbol).

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  2. Friedrich Nietzsche, Ludwig Feuerbach y Karl Marx, sostienen que toda experiencia religiosa es en última instancia proyección psicológica. Para ellos, el Dios en el que creemos y que sustenta nuestras iglesias es, al final del día, simplemente una fantasía que hemos creado para servir a nuestras propias necesidades. Hemos creado a Dios como opio por comodidad y para darnos permiso divino para hacer lo que queremos hacer.

    Tienen razón en que mucha experiencia religiosa y vida de la Iglesia está lejos de ser pura.

    No nos parecemos a Jesús en absoluto:
    Somos arrogantes cuando debemos ser humildes, juiciosos cuando deberíamos ser perdonadores, odiosos cuando debemos ser amorosos, preocupados por nosotros mismos cuando debemos ser altruistas, y, no menos, rencorosos y viciosos cuando debemos ser comprensivos y misericordiosos.
    Como dice Ron Roelheiser, nuestras vidas y nuestras Iglesias a menudo no irradian a Jesús. El ateísmo es un desafío necesario porque con demasiada frecuencia confundimos nuestra propia fuerza de vida con Dios, y nuestras propias ideologías con el Evangelio.

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