El azar nos sorprende muchas veces. Los protagonistas de este cuento lo han vivido. El frutero pasa de burlador a burlado y el hombre del traje a rayas encuentra recompensa a su conducta llena de ingenuidad.
Ver la presentación-video: El azar
En cierta ocasión, paseaba Napoleón Bonaparte por los jardines de su villa de verano acompañado por una buena parte del Estado Mayor de su ejercito. El pequeño corso caminaba absorto en sus cavilaciones sobre las campañas militares en las que se encontraba inmerso mientras era seguido unos pasos más atrás por la cohorte de generales, coroneles, almirantes y brigadieres. En éstas estaba el recién nombrado Emperador de Francia cuando vio una apetitosa manzana roja y redonda que colgaba de un manzano cercano. En vano intentó alcanzar el fruto pero éste colgaba de una rama demasiado alta para la corta estatura de Napoleón y el vanidoso y egocéntrico francés era demasiado soberbio como para pedir ayuda. Los altos cargos de su ejército se miraban entre sí sin saber muy bien cómo actuar hasta que un joven general, alto y espigado, se acercó y le dijo:
— Emperador, permítame a mí alcanzarle la manzana, puesto que yo soy mas grande.
Napoleón fulminó con su mirada durante largo tiempo al general para posteriormente contestarle, con voz tenue pero aplastante:
— En modo alguno, joven. Tal vez sea más alto, muchacho, pero no más grande.
Y así, Napoleón dejaba constancia de que su ego era tan grande como su genialidad.